(EFE) La Liga Primera,de máximo nivel de fútbol en Nicaragua, es una de las cinco que permanecen activas en el mundo, pese a la pandemia de la COVID-19. No hay público. Los jugadores apenas celebran sus propios goles, y un ambiente enrarecido predomina en los estadios.
Desde el 20 de marzo pasado, Nicaragua forma parte de la exclusiva lista de países donde el fútbol le planta cara al COVID-19, junto con Bielorrusia, Burundi, Tayikistán y Turkmenistán.
Ver un partido de estos sin público en el Estadio Nacional de Fútbol, con su particular forma de ‘laptop’ abierta con capacidad para 20.000 personas, no es muy raro en un país sin tradición futbolera, pero como dice a Efe el capitán del club Diriangén, Erick Téllez, «no es lo mismo jugar con ese jugador número 12, te da ambiente, te motiva».
Los gritos de la defensa, avisos de los delanteros, silbidos de porteros, las exigencias de los técnicos, cualquier quejido, codazo, o advertencia de los árbitros, es lo único que «alegra» los partidos, especialmente en las jornadas vespertinas de los miércoles, cuando el sol de abril es más potente y la sensación de calor ronda los 40 grados Celsius en algunas ciudades.
Cuando un balón entra a la red no se escucha el tradicional grito de «¡gooooool!», y los jugadores no siempre hacen piña. Las carreras de los goleadores solitarios parecen ser más comunes, aunque no falta el que da abrazos o besos en el cuello.
«Sí se ha visto menos la celebraciones en conjunto, tal vez se chocan los puños», confirma Téllez, quien asegura que, con todo, dentro del campo nadie regala un centímetro.
El club de Téllez fue el único de la liga nicaragüense que votó en contra de competir bajo la pandemia, y sus futbolistas empezaron jugando con mascarillas, pero no resistieron. «Nos sentimos incómodos, la respiración no es igual», sostiene.
Un problema que tiene Nicaragua como país frente a la pandemia es la poca credibilidad que tienen los informes del Gobierno, ya que únicamente reconoce nueve casos, con dos muertos, pese a no establecer restricciones ni medidas de prevención social ante el coronavirus SARS-coV-2, que produce la enfermedad COVID-19.
El defensa central, al igual que otros compañeros y directivos, no están de acuerdo con jugar sin saber quién está infectado, o si algún estadio está infectado. Lo que les toca es vestirse, aunque el uniforme les pese como un mono de trabajo.
«Al principio estábamos impactados, porque llegaron lo casos (de COVID-19) y seguimos jugando, nos quedamos sin remedio, porque somos unos trabajadores más», explica Téllez.
El temor de contraer el coronavirus e infectar a sus familiares los hizo temer al contacto con otros jugadores, pero «conforme pasó el tiempo se nos ha ido el temor, hemos llegado a la resignación de lo inevitable», agrega.
Algunos extranjeros, como el ruso Nikita Solodchenko, o el costarricense Sebastián Barquero, abandonaron sus clubes y se fueron del país. Otros siguieron porque no conseguirían donde jugar en medio de la pandemia.
Algunos jugadores, técnicos, o dirigentes, han interiorizado tanto el temor, que se negaron a hablar con Efe o lo hicieron bajo anonimato, para evitar problemas con el Gobierno, muy sensible a las críticas por no seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
«En una pandemia jamás habrá buen ambiente. Es un esfuerzo grande el que hace el que trabaja, más allá del fútbol», comenta el periodista deportivo Armando Mendoza.
A pesar del estrés, Mendoza cree que la idea de seguir jugando no está mal mientras se pueda, ya que si la curva de infectados crece, la liga tendrá más claro qué equipos representarán a la liga nicaragüense en torneos internacionales.
Mientras tanto, los clubes y jugadores mantienen sus medidas de prevención, como poner nombres a las botellas, alcohol en gel, acomodan mejor la utilería, cero saludos o distanciamiento social.
En las alineaciones los jugadores se dan su espacio, no hay saludos con rivales, y cambiar camisetas al final del partido no hace falta porque en Nicaragua nunca fue costumbre.
Los futbolistas cuentan que ya no tocan paredes o respaldos en los estadios como antes, o tardan un poco más en las duchas, y cuando no hay una, las horas se les hacen largas para llegar a sus casas.
Así transcurre cada jornada en el fútbol de Nicaragua, algo que ya no se extraña en un país que va contracorriente cuando se trata del COVID-19.
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