Tomado de la Columna Semanal de German Retana.
Según Mark Manson, las personas que experimentan serias tensiones coinciden en algo: todo les importa demasiado, aspiran a la perfección absoluta y desean complacer a los demás, aun en lo intrascendente. Así ven nacer las frustraciones y los sufrimientos. ¿Ha caído usted en la trampa —por ejemplo— de preocuparse en exceso por la opinión de alguien que no debería importarle?
Para este autor de «El sutil arte de que te importe un carajo», cuando se sobredimensionan las trivialidades, la adversidad se percibe como injusticia; el reto no superado, como fracaso; las diferencias de criterios, como ofensas y traición… ¡Hasta la mínima incomodidad incomoda!
Hay jefes tóxicos, extremadamente tóxicos. Parcializan, poseen agendas ocultas, emplean un doble discurso y deciden con alevosía. Al prestarles atención, se diluye la esencia de la tarea y se desvía el rumbo del esfuerzo, se entrega el control del estado de ánimo colectivo. Ahora, siempre ha habido y habrá personas así, también situaciones complicadas e imperfectas. ¿Qué hacer?
Manson sugiere precisar qué y quiénes realmente importan. Lo restante: «¡Al carajo!», expresión popular que reitera con fuerza a lo largo de su texto. Aunque, si no hay madurez para asumir tal actitud, se conceden «medallas» a las creencias, a las voces propias o de terceros, a los conceptos de otros que, sencillamente, debieran irse «al carajo». Cuando se madura, se elige qué llevaremos y a quién dejaremos que nos acompañe en nuestro viaje con propósito, sea cual sea.
Las empresas también viven tensiones. En aquellas donde la misión no es clara ni compartida, las disputas giran en torno a quién es leal a quién, de qué persona conviene hacerse amiga, etc. La alta susceptibilidad exacerba, positiva o negativamente, cualquier gesto. El desempeño —ya de por sí mermado— se teje con hilos de recelos, verdades ocultas, hipocresía y juegos políticos.
¿Le parece difícil? ¡Claro que lo es! No obstante, en algún momento de la vida nos encontramos ante la toma de decisiones valientes e impostergables, como lo es alejarse de individuos u organizaciones que solo generan decepción, amargura y desmotivación. La firmeza de ese paso emana de una conciencia superior, unida a propósitos y valores elevados e irrenunciables.
Si todo importa y todos importan, habrá dolor, porque jamás estaremos satisfechos. No necesitamos, ni es sano tampoco, que todo nos importe. Los equipos que triunfan no se detienen ante sus dificultades, más bien, las aceptan como parte del equipaje esencial para avanzar. Saben que no hay tal cosa llamada perfección y excelencia en todo, que esconder fracasos es fracasar.
Madurez es aprender a soltar —serenamente— organizaciones, situaciones y personas que no merecen nuestra atención. Es borrar de la lista de prioridades lo superfluo. Es reconocer que toda buena causa conlleva soportar el precio de realizarla. «Para que te importe un carajo la adversidad, primero debe importarte algo más importante que la adversidad», enfatiza Manson.
¿Qué y quiénes ya deben importarle un «carajo»? Haga su lista. Esto no le garantizará la ausencia de dificultades, pero sí le permitirá ocuparse de las que realmente merecen su atención.